Things fall apart; the centre cannot hold;
Mere anarchy is loosed upon the world.
“The Second Coming”. W. B. Yeats.
El 3 de julio mi madre de crianza, quizá el pilar más importante de mi vida, cumplió seis años de muerta. Durante este aniversario, leí la noticia de que el futbolista portugués, Diogo Jota, falleció en un trágico accidente con su hermano, mientras conducían un auto deportivo. Se había casado apenas diez días antes de su muerte, era uno de esos hombres ejemplares en el deporte, y aun así su vida se apagó. Todo en un segundo.
Cuando leí la noticia, lo primero que pensé fue en una conversación que había tenido con mi pareja, donde le contaba que me impresionaba la cantidad de personas accidentadas y fallecidos en accidentes en carros deportivos de lujos, jet ski y todo terrenos-cuatrimotos. Él, un hombre con menos miedo al mundo en comparación a mí, pero igualmente cauteloso ante el peligro, quizás por la mezcla perfecta entre sus dos nacionalidades, me recordó que cuando las cosas parecen divertidas y sencillas no medimos el riesgo.
Lo segundo que pensé fue en cómo todo se desmorona en un segundo. Eso es algo que pienso constantemente, no desde que murió mi abuela, sino desde que era niña. Solo cuando crecí, aprendí que eso que me abrumaba despierta y en sueños, es denominado pensamientos catastróficos y que es común en niños con mi condición.
Todo se desmorona. Ese es el título de una de mis novelas favoritas del escritor nigeriano Chinua Achebe; publicada en 1958. La novela es una tragedia sobre el declive del protagonista, Okonkwo, y la destrucción de una cultura entera, la suya, una vez la estructura social y la cultura nigeriana se altera con la llegada de los colonizadores británicos y los misioneros cristianos. Todo se desmorona individual y colectivamente.
Todo se desmorona. El título de la novela fue inspirado en un poema del inglés W. B. Yeats. Mismo poema que cito al inicio de este escrito y que traduce: Las cosas se desmoronan; el centro no puede sostenerse; La mera anarquía se desata sobre el mundo1.
*
Me pregunto frecuentemente qué sería de mí si lo perdiera todo. Si mis títulos, credenciales y currículo se esfumaran. Si perdiera mi residencia. Si perdiera mi familia y mis animales. También si perdiera conexiones. Como cuando murió mi abuela: no solo se fue mi relación con ella, sino que otras también se alteraron permanentemente. Si perdiera amigos sin los que no imagina una vida. Incluso si perdiera cosas que la mayoría consideraría banales, en su afán de ser anti consumista, como mis preciados libros y hasta una hermosa y lujosa colección de porcelana europea, fabricada en la antigua Checoslovaquia que me ha sido regalada.
¿Qué pasaría si lo perdiera todo? ¿Qué sería de mí? Y precisamente porque tantas cosas se están derrumbando, he tenido que buscar esas razones. ¿Me seguiría amando a misma? ¿Me consideraría valiosa? Aunque busque entenderme más allá de etiquetas, no podría negar que en esa amalgama todo ha aportado algo.
Y la verdad es que, sin importar lo que suceda, seguiré siendo yo. Mientras viva y mis facultades permanezcan intactas, aunque absolutamente todo se desmorone, el ser no desaparecería porque el centro no existe, por eso ni siquiera puede sostenerse. Por el contrario, solo se alteraría una forma de vida. El mundo no se acaba porque ya no me aferro a esa metafísica del yo, sino que acepto la continuidad del ser en medio del cambio. Y eso es la vida, cambio.
Todo se desmorona. Aunque todo lo que quede sea la capacidad y la posibilidad de decir: “Estoy. Pienso. Siento. Soy.” Aunque no sepa para qué o qué.
Es verano. A veces hay sol y a veces llueve. Leo compulsivamente. Hoy, en un lugar, y mañana, no sé dónde. A veces estoy en la oficina, otras en un parque o un tren. No miro mi teléfono por horas. Estoy. Pienso. Siento. Soy. Eso es lo que importa hoy.
Un abrazo,
Emy
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En los oídos mientras escribía:
Recordando a los que no están conmigo, aunque estén vivos o muertos.
Traducción mía.