Más allá del panorama general
Sobre la experiencia personal más allá de las cifras y los datos.
Recientemente, un contacto de LinkedIn compartió una publicación que inspiró este escrito. Él es originario del Reino Unido, pero reside en un país de Europa continental. En esta publicación, compartió el enlace de un artículo sobre las cosas que una extranjera ama sobre el Reino Unido. Mi contacto dijo algo en las líneas de «es bueno recordar las cosas buenas de un lugar que me cuesta amar».
An immigrant’s love letter to Britain fue escrito por la escritora italoaustralia Paola Toraro, quien reside en Londres desde hace muchos años. Ella cuenta que desde el primer momento en que se mudó al país se sintió flechada por el mismo, cual acto gestado por el mismísimo cupido, pero personas cercanas le advirtieron que no sería así una vez pasara la fase de la luna de miel, donde todo es nuevo y encantador.
Sin embargo, años después, ella sigue amando vivir ahí. Es un texto reflexivo sencillo, pero que obliga a recordar que más allá del panorama general, de las cifras y de los titulares, la experiencia personal también juega un rol crucial.

Creo que me gustó su reflexión porque me ayudó a sacar un problema de mi cabeza: el de la generalización que ha sido alimentada por mi consumo mediático y por los comentarios de terceros. Por más fuertes que creamos ser, por más independientes que creamos que nuestro pensamiento puede ser, la influencia externa alimenta nuestras ideas.
Desde que vivo en Europa, he notado cómo he apropiado y naturalizado ese comportamiento. Por ejemplo, conozco a personas que no quieren estar en Alemania pero temen irse porque quizás no sea posible encontrar un mejor trabajo en un país vecino. El miedo va incluso a pensar que puede que encuentren un mejor trabajo, pero puede que lo pierdan y no encuentren otro (como si acaso hubiera una lluvia de trabajos ilimitados y bien remunerados en Alemania).
Cuando alguien dice que quiere mudarse a Berlín o a Londres, se le dice que está loco y que será robado o asaltado. Cuando alguien dice que quiere mudarse al sur de Europa, a un lugar como Italia o España, se le dice que no ganará un centavo. Y no hablemos de los valientes que dicen en voz alta que quieren regresar a sus países del llamado Sur Global; esos, a juicio general, son kamikazes.
Recuerdo cuando me mudé a Europa por primera vez. Vivía en Grecia y escuchaba reiteradamente que el peligro en la ciudad donde vivía crecía. Entré en pánico y actuaba cautolosamente. No fue sino hasta que una amiga me dio un alto que caí en cuenta: «venimos de ciudades muy peligrosas, puede que estemos más seguras aquí que allá». Fue una cachetada verbal al miedo que había dejado entrar a mi mente.
He dado ejemplos de lugares donde vivir, pero el caso se extiende. Es casi como una actitud cínica ante la vida. Mencionaré ejemplos que escucho con frecuencia: Si tienes hijos, los traumatizarás y les dejarás como herencia la maldad humana. Si te casas, puede que te divorcies porque la mayoría de matrimonios están condenados al fracaso. Si dejas el mundo corporativo, vivirás con inseguridad financiera. Si te quedas en el mundo corporativo, desecharás una vida de estímulo intelectual y contribución al mundo. Podría continuar con un centenar de ejemplos.
No creo que la solución sea ignorar la existencia de estadísticas o hechos, pues por algo existen. Es un hecho que nuestras sociedades enfrentan problemas graves de polarización y radicalización, de desempleo y criminalidad, de integración y globalización, de maldad y crisis. Pero, ¿y si hay aspectos de la vida que lo cuantitativo no puede explicar o medir?
Por ejemplo, podría hablar de publicaciones y datos que explican por qué Colombia no es un buen lugar para vivir. Pero también podría resaltar desde mi experiencia aspectos de la vida en Colombia que ningún otro país equipararía, desde el cuidado colectivo hasta la forma de vivir. Podría hacer lo mismo con Grecia, Estados Unidos y Alemania, países en los que he podido ser residente.
Alguien me preguntaba recientemente si vivir en Alemania valdría la pena para ella. Le expuse los pros y los contras, pero mientras estaba en los contras, me respondió de forma estoica y sensata: «bueno, todos los países tienen problemas». Esa debería ser nuestra actitud ante la vida misma. Si nos quedamos en nuestros países o emigramos, encontraremos dificultades y ventajas. Quizás en la balanza algunas cosas tendrán más sentido que otras, de acuerdo a nuestros intereses y valores, y así tomaremos decisiones.
Quizás la era en la que estamos nos ha hecho entrar en una burbuja de cinismo y mínimo riesgo. Con toda razón, y propio de la naturaleza humana, buscamos los escenarios más seguros y cómodos. Pero imagina lo que pasaría sin ese miedo, o más bien a pesar de ese miedo: quizás te mudarías al lugar que crees te haría mejor, te arriesgarías a cambiar de trabajo, formarías el hogar que deseas, practicarías el credo que prefieres, etcétera.
La reflexión de Paola Toraro me ha recordado que los problemas existen y son muchos. Quizás nos afectan directamente, quizás no. Pero, ¿y si la vida puede pasar a pesar de ellos? Quizás es necesario pensar no que somos excepciones a la regla, sino que somos más que una cifra y un dato porque el día a día no se puede medir.
Un abrazo,
Emy
En los oídos mientras escribía: